El anciano Críspulo deambulaba por las calles
de su ciudad arrastrando los pies en inapreciables pasos, sucio, maloliente,
con barba desde no se acordaba cuando. Se encontraba como somnoliento y
abatido, no sabía bien porque había llegado a esa situación. Tenía familia que
lo quería, no le faltaba dinero en el bolsillo, era un jubilado como tantos y
tantos otros en la gran urbe, pero una melancolía inmensa le hacía parecer el
más mísero de los mendigos.
Como cada día hacia el mismo recorrido por
las mismas calles, los mismos comercios, las mismas luces, solo había un lugar
por el cual pasaba a diario pero por el que nunca se atrevía a entrar. Lo
miraba desde lejos le intrigaba le ponía nervioso, pero daba media vuelta y lo
dejaba para otro día. Había algo en aquel sitio que le espeluznaba pues
realmente nunca había nadie allí.
Un día por fin decidió dejar todos sus
temores a un lado y pensó para sí.-Hoy es el día definitivo-, de hoy no pasa
sin que yo entre en ese callejón sin salida. ¿Qué habrá ahí dentro que me
intriga tanto si nada se oye de él.
Armándose de valor logró cruzar la calle y
aunque le temblaban las piernas, decidió adentrarse en la oscuridad de aquel
lugar. No se veía nada. No parecía que aquello tuviese final, andaba despacio
como era su costumbre, hasta que de pronto, escuchó un susurro, algo que más
bien le pareció el gemido de alguien a quién algo le pasase. Apretó el paso sin
darse cuenta y al cabo de unos minutos, tropezó con algo que le hizo volver a
la realidad.
En el suelo junto a sus pies había un bulto
del cual salían unos débiles gemidos sin apenas ver lo que allí se encontraba,
preguntó con voz temblorosa ¿Quién anda ahí?. Una frágil voz respondió con
angustia.
-Por favor, ayuda.
Críspulo tanteo con sus manos hasta dar con
el bulto, seguía sin ver nada debido a la oscuridad existente.
-Por favor, ayúdeme. Volvió a susurrar con
angustia
Era una voz candorosa, dulce, pero muy
asustada.
Dime ¿qué es lo que te ha pasado?, ¿cómo te
encuentras tu sola en este inhóspito lugar?.
A Críspulo le reverberaban las sienes con esa
agonía y angustia de una persona que está en peligro
-Verá señor, hace ya mucho rato, no sabría
decirle cuanto, salí de mi casa para hacer unos recados, tenía prisa y me
adentré en el callejón, entonces fue cuando unos chicos a los que no conocía,
me siguieron, se rieron de mí, me ataron a la alambrada quitándome la ropa, yo
no sabía lo que querían, me tiraron al suelo, solo sé que se echaron encima de
mí y sentí un inmenso dolor de barriga. Cuando se fueron, solo pude tocarme
donde tanto me dolía y me di cuenta de que estaba sangrando. Su voz se apagaba
lentamente mientras la sangre le corría por entre las piernas.
Críspulo la tomó en sus brazos y comenzó a
salir del callejón... No había terminado el camino cuando sintió un suspiro
entrecortado de la niña que pedía ver a su mamá y dejó de respirar. Los pasos
de Críspulo eran lentos y arrastraban su vida en una melancolía amarga.
Pilar Moreno 30 Octubre 2012