El vestíbulo de la estación más antigua
del suburbano madrileño, la de Sol, hacía muchos años, había sido el lugar en
donde se produjo su despedida. Tuvieron una relación amorosa muy intensa; las
circunstancias; habían hecho que se produjese la separación. Roberto fue
destinado a Francia por cuestiones de trabajo y Luisa no podía acompañarlo pues
además de no estar casados, ella era el sustento de su familia desde la muerte
del padre.
Roberto le prometió que le escribiría
asiduamente y que al cumplirse el año de su marcha, volvería para visitarla
aunque después hubiese de volver a marcharse.
Luisa todos los días, esperaba ansiosa
la llegada del cartero, pero era en vano, nunca tenía carta de Roberto. Esas
deseadas cartas no llegaban por más que ella las aguardase. Pasaban días,
semanas y meses, pero noticias no llegaban. A pesar de no tener noticias, ella
seguía pensando en él como el primer día. Se cumplió el primer aniversario de
la marcha y Luisa como loca, acudió al sitio en donde se despidieron. Fue
inútil, esperó varias horas pensando que le daría la sorpresa y allí se
presentaría.
Nada más decepcionante que esa espera.
Allí se mantuvo en pie firme hasta que cerraron las puertas de acceso y hubo de
marcharse. A partir de ese día, acudía sin falta con la esperanza de
encontrarlo y que le dijese que se había equivocado de fecha.
La línea de metro en la que debía
llegar era la línea número uno que la tomaría en Atocha y se debería apear en
Sol; por eso, decidió entrar en el andén en donde suponía que Roberto debería
dejar el convoy y se sentó en uno de los bancos, desde allí, observaba a todos
los viajeros, sobre todo los que veía llegar con una maleta. Llegó a pensar en
si no le reconocería después de tanto tiempo, pero solo tenía una obsesión; ver
llegar al amor que se marchó y con él se llevó su corazón. Esta operación la
repetía a diario, dejó trabajo, familia etc., etc. y solo se dedicó a esperar.
Tanto tiempo permaneció esperando, que
ya los viajeros de diario la consideraban como algo más del mobiliario del
andén. Ese andén sobre el que ella se había aposentado y del que no se movía
jamás. Un día los empleados del suburbano, la vieron en tan mala situación, que
llamaron a una ambulancia y el resultado fue que la ingresaron en un
siquiátrico. En el hospital aún estando bien atendida, se la veía sentada al
sol en un banco, siempre consultando su viejo reloj, aquel que se paró el día
en que su amor se marchó para no volver y con el que se llevó su corazón.
PILAR MORENO 12-7-2013