Palpitaba el otoño que tanto se había
retrasado. La lluvia caía a raudales. Golpeaba con fuerza los cristales de las
habitaciones en casa de Alonso, pero él estaba extasiado. Vivía desde hacía más
de un mes en su mundo. No se había podido recuperar del trauma que le había
causado el casi ahogo de su hermano y a consecuencia de ello, por las noches
seguía soñando con aquel océano inexistente que solo figuraba en su cabeza y a
veces creía que se estaba volviendo loco.
Habló con su hermano Pelayo de lo que
le ocurría. Este se sentía culpable y trató de convencerlo de que todo aquello
había pasado hacía ya tiempo y él se encontraba bien, pero aquello no le
satisfacía.
Viendo que la situación de Alonso se
iba complicando cada vez más, Pelayo habló con un amigo suyo y decidieron
acompañarlo a un psicólogo para tratar de sacarle aquello de la cabeza.
Realmente estaba sufriendo mucho y un muchacho tan joven debía reponerse cuanto
antes no fuese a influir en la trayectoria de sus estudios.
Le convencieron y acudieron a la consulta
del psicólogo. Cuando llegaron a la cita establecida con varios días de
antelación, fueron puntuales pues no deseaba Alonso encontrarse con nadie, para
él era un asunto sumamente delicado y personal.
Les recibió una enfermera debidamente
uniformada y rogó a los acompañantes que le esperasen en la salita que había
junto a la puerta. El paciente debía acceder el solo al despacho del doctor.
Alonso la siguió sin reparos y cuando
entraron en aquel despacho, se encontró con una persona encorvada, de cierta
edad, sobre los sesenta años, de pelo cano, alto a pesar de su defecto y con
buena presencia, bien trajeado. Alonso le tendió la mano a modo de saludo y el
doctor le correspondió. Le invitó a tumbarse en aquel diván de color rojo
oscuro. Él se sentó en un sillón de oreja junto al diván. Tomó un bloc que
había sobre una mesa auxiliar para apuntar todo lo que Alonso le fuese
contando. Cuando comenzó a hacer las pertinentes preguntas, Alonso apenas le
entendía por lo que tuvo que decir varias veces que no había entendido lo que
le había preguntado. El doctor amablemente le dijo que no le importaba repetir
las preguntas, realmente se le entendía mal pues él era armenio de
nacionalidad. Comenzó a contarle que había salido muy joven de su país por
motivos políticos. Había estado en Alemania, Suiza, Francia, así como en
Inglaterra y tenía un compendio de idiomas en su cabeza que muchas veces los
mezclaba saliendo una mezcolanza de palabras que realmente no se le entendía.
Ahora en España, país que le encantaba y seguramente se quedaría para siempre a
vivir en ella, había aprendido lo más imprescindible para poder pasar su
consulta.
Una vez que Alonso le contó lo
sucedido y el problema que se le había presentado a partir de aquel día en la
playa de Buelna, El armenio encorvado le fue dando pautas a seguir y le reconfortó
mucho. No obstante, tuvo que seguir un tiempo acudiendo a su consulta.
PILAR MORENO 19 octubre 2017