Alonso se había criado a caballo entre
Pendueles y la gran ciudad. Los abuelos iban siendo mayores y tanto él como
Pelayo, su hermano, pasaban todo el tiempo que podían en el pueblo materno.
Desde muy pequeños se habían acostumbrado a ir a esa bonita tierra y sobre todo
a bañarse en las aguas de su mar. La playa de Buelna la que pertenece al pueblo
es una playa pequeña y muy recogida por grandes rocas, pero en cuanto sales de
ellas, te encuentras en mar abierto en donde azotan con bravura las olas de ese
mar Cantábrico que cuando está en calma es una maravilla, pero cuando se
enfurece realmente da miedo asomarse a él.
Pelayo era muy aficionado a bañarse en
esa playa y Alonso también, pero él era muy prudente y no se atrevía a salir de
las rocas. En cierta ocasión, parecía que la mar estaba en calma, aunque a lo
lejos se veían esas pequeñas olas de cuando este picado. Comenzaron su baño y
Pelayo como de costumbre y lo bien que nadaba comenzó a alejarse, cada vez se
iba más lejos, era como un reto que tenía consigo mismo y Alonso lo veía con
miedo, temía que a su hermano lo pasase algo malo.
Pasaba el rato y Pelayo no regresaba,
más bien lo veía desaparecer y aparecer a lo lejos y presentía que las cosas no
iban bien. La forma en que lo veía era como cuando una persona se está
ahogando. Alonso comenzó a preocuparse cada vez más y por suerte, cuando estaba
ya desquiciado de los nervios, apareció un vecino con su pequeño bote el cual
se disponía a ir al percebe por la parte de las rocas que dan a la mar abierta.
Juan vio tan descompuesto a Alonso que
le dijo no te preocupes guaje que yo marcho hacia él y lo traeré sano y salvo.
No, no lo dejare ir solo, yo lo acompaño, es mi hermano y he de ayudarle a
salir de ese apuro. -Si no fuera tan impulsivo- parece que no conoce estas
aguas.
Remaron con fuerza pues era duro
llegar hasta donde se encontraba Pelayo y cuando lograron llegar a él, lo
encontraron extenuado de tanto nadar y casi sin fuerzas. Lograron subirlo al
barquichuelo y regresar a la playa. Se había quedado hipotérmico, los labios
morados, congelado de frío y apenas con conocimiento debido al esfuerzo
realizado.
Consiguieron llevarlo hasta la casa de
los abuelos en donde se llevaron un buen susto al verlo llegar en esas
condiciones.
Poco después del incidente regresaron
a la capital para continuar con los estudios. Alonso hizo prometer a su hermano
que su padre no se enteraría de lo sucedido si le prometía no volver a meterse
en la mar hasta esa lejanía y ser más prudente cada vez que se bañase.
Al acostarse, cada noche, al cerrar
los ojos, Alonso veía las imágenes de su hermano casi ahogándose. Se había
convertido en una pesadilla para él. Día a día era más feo el sueño, ya no era
su hermano quien se ahogaba, era el mismo quien se encontraba con el agua
cubriéndole y haciendo que le faltase la respiración. Quería gritar, pero no
era posible, le entraba el agua por todos los orificios y veía que lo faltaba
la vida. No tenía nada a donde agarrarse, no había rocas, ni barcos, nada de
nada, solo él en medio de aquel tremendo océano que cada vez era más grande.
Cuando despertó, se dio cuenta una vez
más de que aquel océano era inexistente, solo estaba dentro de su cabeza, por
lo que decidió acudir a un psicólogo pues creía volverse loco con aquellas
tremendas pesadillas.
PILAR MORENO 12 octubre 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario