jueves, 12 de octubre de 2017

EL OCÉANO INEXISTENTE



          Alonso se había criado a caballo entre Pendueles y la gran ciudad. Los abuelos iban siendo mayores y tanto él como Pelayo, su hermano, pasaban todo el tiempo que podían en el pueblo materno. Desde muy pequeños se habían acostumbrado a ir a esa bonita tierra y sobre todo a bañarse en las aguas de su mar. La playa de Buelna la que pertenece al pueblo es una playa pequeña y muy recogida por grandes rocas, pero en cuanto sales de ellas, te encuentras en mar abierto en donde azotan con bravura las olas de ese mar Cantábrico que cuando está en calma es una maravilla, pero cuando se enfurece realmente da miedo asomarse a él.
          Pelayo era muy aficionado a bañarse en esa playa y Alonso también, pero él era muy prudente y no se atrevía a salir de las rocas. En cierta ocasión, parecía que la mar estaba en calma, aunque a lo lejos se veían esas pequeñas olas de cuando este picado. Comenzaron su baño y Pelayo como de costumbre y lo bien que nadaba comenzó a alejarse, cada vez se iba más lejos, era como un reto que tenía consigo mismo y Alonso lo veía con miedo, temía que a su hermano lo pasase algo malo.
          Pasaba el rato y Pelayo no regresaba, más bien lo veía desaparecer y aparecer a lo lejos y presentía que las cosas no iban bien. La forma en que lo veía era como cuando una persona se está ahogando. Alonso comenzó a preocuparse cada vez más y por suerte, cuando estaba ya desquiciado de los nervios, apareció un vecino con su pequeño bote el cual se disponía a ir al percebe por la parte de las rocas que dan a la mar abierta.
          Juan vio tan descompuesto a Alonso que le dijo no te preocupes guaje que yo marcho hacia él y lo traeré sano y salvo. No, no lo dejare ir solo, yo lo acompaño, es mi hermano y he de ayudarle a salir de ese apuro. -Si no fuera tan impulsivo- parece que no conoce estas aguas.
          Remaron con fuerza pues era duro llegar hasta donde se encontraba Pelayo y cuando lograron llegar a él, lo encontraron extenuado de tanto nadar y casi sin fuerzas. Lograron subirlo al barquichuelo y regresar a la playa. Se había quedado hipotérmico, los labios morados, congelado de frío y apenas con conocimiento debido al esfuerzo realizado.
          Consiguieron llevarlo hasta la casa de los abuelos en donde se llevaron un buen susto al verlo llegar en esas condiciones.
          Poco después del incidente regresaron a la capital para continuar con los estudios. Alonso hizo prometer a su hermano que su padre no se enteraría de lo sucedido si le prometía no volver a meterse en la mar hasta esa lejanía y ser más prudente cada vez que se bañase.
          Al acostarse, cada noche, al cerrar los ojos, Alonso veía las imágenes de su hermano casi ahogándose. Se había convertido en una pesadilla para él. Día a día era más feo el sueño, ya no era su hermano quien se ahogaba, era el mismo quien se encontraba con el agua cubriéndole y haciendo que le faltase la respiración. Quería gritar, pero no era posible, le entraba el agua por todos los orificios y veía que lo faltaba la vida. No tenía nada a donde agarrarse, no había rocas, ni barcos, nada de nada, solo él en medio de aquel tremendo océano que cada vez era más grande.
          Cuando despertó, se dio cuenta una vez más de que aquel océano era inexistente, solo estaba dentro de su cabeza, por lo que decidió acudir a un psicólogo pues creía volverse loco con aquellas tremendas pesadillas.

                              PILAR MORENO 12 octubre 2017

           

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