Todo era paz y tranquilidad en aquel pueblo,
los paisanos vivían del ganado, sobre todo de las vacas, la leche de estas era
vendida a buenos precios así como los terneros que parían. Era una carne blanca
muy cotizada ya que eran criadas totalmente con hierba natural de los pastos de
la alta montaña palentina. Muy cerca de los Picos de Europa aquellos terrenos
siempre estaban verdes por lo que jamás les faltaba buena alimentación.
Siempre
estaban sueltas por los grandes prados en tan largas temporadas que iban desde marzo
finales hasta prácticamente primeros de noviembre, nunca las recogían hasta que
llegaba ese mes y después cuando las estabulaban, su alimento seguía siendo el
mismo pues en otras tierras habían sembrado paja que a finales de verano
segaban y guardaban en los pajares para que lo comiesen durante el tiempo de
invierno.
Aun haciendo mucho frío había días que las soltaban al campo
unas horas y curioso era ver que, con solo un silbido del vaquero, volvían
ellas solas de los prados y se dirigían directamente cada una a su cuadra.
Nunca se confundían, parecía mentira, aunque fuesen todas iguales y las cuadras
parecidas nunca se metían en casa de otro vecino. Únicamente no se las soltaba
cuando caían las nevadas impresionantes que en muchas ocasiones cubrían
prácticamente las casas por completo. Eso eran nevadas más de tres metros. Para poder salir debían acceder a los tejados
y desde ellos comenzar a retirar la nieve. Allí se paralizaba todo, no había
escuela, no se podía ir a los campos. En esas circunstancias, siempre tenían
las despensas bien llenas y buena leña para las lumbres pues era imposible
salir al exterior de las casas.
Era un terreno en el que la nieve hacía su aparición y duraba
mucho tiempo por eso las lluvias no las echaban de menos. Al principio del
otoño solía llover, pero con mesura, pero ese año caía con más intensidad que
en otras ocasiones. Los paisanos no se quejaban pues el año anterior habían
padecido una gran sequía e incluso la nieve había sido escasa, cosa muy rara
por esos lugares. El agua de lluvia iba cayendo cada vez más fuerte, incluso se
desató una tormenta tremenda de rayos y truenos. Granizaba con fuerza, aquello
estaba convirtiéndose en un diluvio. De pronto, escucharon un ruido
ensordecedor y cuando se asomaron a ver lo que estaba sucediendo, vieron con
asombro como el techo del establo había caído sobre las vacas, matando a dos de
ellas.
Eso era un auténtico desastre, una tremenda pérdida, pues para
ellos era su sustento. Mientras miraban con asombro el suceso, de pronto un
gran torrente de agua atravesó la cuadra, arrastrando a su paso tanto a las
vacas que habían muerto como a las vivas, los cerdos y de paso también a ellos.
El arrollo que atravesaba el pueblo se había convertido en un
gran río, parecía el Amazonas e iba tragándose todo lo que a su paso encontraba.
Todos los vecinos padecieron parecidos desastres y flotaban sobre las aguas
tanto los paisanos como los animales. Los hombres pudieron salvar la vida, pero
fueron bastantes los animales muertos. No duró mucho ese temporal, apenas duró
tres o cuatro horas, pero las perdidas
en el pueblo fueron de gran calado económico.
A todos les parecía increíble que el agua de lluvia hubiese
podido hacer semejante fechoría.
PILAR MORENO 22 noviembre 2017
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