Vagando por la ladera de aquel monte, me consideraba un tipo
primigenio, nunca había subido tan alto y en esa ocasión por que lo había hecho?
Todo el mundo hablaba muy bien de la sierra madrileña, yo nunca la había pisado
y con la disculpa de pasar un día en la montaña me acerqué hasta el alto de
Navacerrada. Iba yo solo en mi pequeño utilitario, no quería que nadie viese lo
torpe que era manejándome por las cuestas y menos si tenía algún tropezón o me
escurría que sería lo más probable, desde pequeño había sido torpe en mis
andares y no es que tuviese algún defecto, simplemente no había salido de la
ciudad.
Todavía era muy joven y las circunstancias de mi vida no me
habían permitido ciertos lujos. Ahora que con mi esfuerzo y el salario que
recibía en mi trabajo, comenzaba a darme pequeños caprichos. El primero de
todos fue comprarme un pequeño vehículo de segunda mano, con el que poder
transportarme por dentro y fuera de la ciudad ya que nunca había salido de sus
límites, es decir los barrios a los que llegaba el transporte público es a lo
más que yo había llegado. Ahora me proponía ir conociendo los alrededores de
Madrid, poco a poco, cada día de fiesta salir a algún sitio de los que tanto
hablaba la gente.
El Puerto de Navacerrada me pareció una maravilla, aquella
ladera llena de pinos, ese aire tan puro, la vista de los esquiadores
deslizándose por las pistas, los telesillas repletos de personas dispuestos a
dejarse caer con sus esquíes desde lo más alto. Nunca lo hubiese imaginado así
por mucho que me explicasen, tampoco por las postales que había visto, aquello
me pareció un estereotipo. Eran únicas las vistas, me sentía atraído por el
paisaje. Nunca me hubiese marchado de allí.
Paseé todo lo que pude, aunque hacía bastante frío, lo miraba
y remiraba todo con auténtica expectación. Para comer me había preparado un
buen bocadillo, pero con todo lo que había caminado seguía teniendo hambre.
Volví despacio recreándome en lo que mis ojos divisaban, hasta el parking donde
había dejado mi coche. Fue entonces cuando me encontré de frente con una
cafetería llamada Arias y pensé que no sería un gasto superfluo, el entrar en
aquel lugar tan típico. Pensaba tomar un café bien calentito para entrar en
calor, pero cuando estaba dentro del establecimiento, un amable señor me dijo:
- ¿Qué va a ser? ¿Un chocolate con picatostes?
No tuve más remedio que responder que sí, aquello era una
tentación, todo recién hecho, calentito con el frio que llevaba sobre mis
hombros, el olor que aquel lugar desprendía y el apetito que yo llevaba. Pensé
esto me va a resucitar igual que si estuviese muerto. No voy a explicar lo que
sentí una vez que lo había tomado. Eso sí lo hice bien despacio para condurarlo
pues además de caliente aquello estaba delicioso.
No creo que tarde en volver, después del maravilloso día que
había pasado a pesar de ir yo solo. Y es que muchas veces para admirar ciertas
cosas bellas no se necesita a nadie, así se concentra uno mejor y lo disfruta a
sus anchas.
PILAR MORENO 10 noviembre 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario