jueves, 16 de noviembre de 2017

PRIMIGENIO, ESTEREOTIPO Y SUPERFLUO



Vagando por la ladera de aquel monte, me consideraba un tipo primigenio, nunca había subido tan alto y en esa ocasión por que lo había hecho? Todo el mundo hablaba muy bien de la sierra madrileña, yo nunca la había pisado y con la disculpa de pasar un día en la montaña me acerqué hasta el alto de Navacerrada. Iba yo solo en mi pequeño utilitario, no quería que nadie viese lo torpe que era manejándome por las cuestas y menos si tenía algún tropezón o me escurría que sería lo más probable, desde pequeño había sido torpe en mis andares y no es que tuviese algún defecto, simplemente no había salido de la ciudad.
Todavía era muy joven y las circunstancias de mi vida no me habían permitido ciertos lujos. Ahora que con mi esfuerzo y el salario que recibía en mi trabajo, comenzaba a darme pequeños caprichos. El primero de todos fue comprarme un pequeño vehículo de segunda mano, con el que poder transportarme por dentro y fuera de la ciudad ya que nunca había salido de sus límites, es decir los barrios a los que llegaba el transporte público es a lo más que yo había llegado. Ahora me proponía ir conociendo los alrededores de Madrid, poco a poco, cada día de fiesta salir a algún sitio de los que tanto hablaba la gente.
El Puerto de Navacerrada me pareció una maravilla, aquella ladera llena de pinos, ese aire tan puro, la vista de los esquiadores deslizándose por las pistas, los telesillas repletos de personas dispuestos a dejarse caer con sus esquíes desde lo más alto. Nunca lo hubiese imaginado así por mucho que me explicasen, tampoco por las postales que había visto, aquello me pareció un estereotipo. Eran únicas las vistas, me sentía atraído por el paisaje. Nunca me hubiese marchado de allí.
Paseé todo lo que pude, aunque hacía bastante frío, lo miraba y remiraba todo con auténtica expectación. Para comer me había preparado un buen bocadillo, pero con todo lo que había caminado seguía teniendo hambre. Volví despacio recreándome en lo que mis ojos divisaban, hasta el parking donde había dejado mi coche. Fue entonces cuando me encontré de frente con una cafetería llamada Arias y pensé que no sería un gasto superfluo, el entrar en aquel lugar tan típico. Pensaba tomar un café bien calentito para entrar en calor, pero cuando estaba dentro del establecimiento, un amable señor me dijo:
- ¿Qué va a ser? ¿Un chocolate con picatostes? 
No tuve más remedio que responder que sí, aquello era una tentación, todo recién hecho, calentito con el frio que llevaba sobre mis hombros, el olor que aquel lugar desprendía y el apetito que yo llevaba. Pensé esto me va a resucitar igual que si estuviese muerto. No voy a explicar lo que sentí una vez que lo había tomado. Eso sí lo hice bien despacio para condurarlo pues además de caliente aquello estaba delicioso.
No creo que tarde en volver, después del maravilloso día que había pasado a pesar de ir yo solo. Y es que muchas veces para admirar ciertas cosas bellas no se necesita a nadie, así se concentra uno mejor y lo disfruta a sus anchas.


                    PILAR MORENO  10 noviembre 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario