domingo, 24 de diciembre de 2017

...Y UNA VEZ FUI POLITICO



          Desde muy pequeño lo mío no eran los estudios. Suspendía los exámenes y no me gustaba nada ponerme delante de un libro. Sobre todo, las matemáticas eran un auténtico martirio para mí, cono entendía nada de nada.
          Llegados los 16 años y viendo que no rendía nada y que en el colegio no podía seguir dadas las malas calificaciones, decidí junto con mis padres, ponerme a trabajar. Aquello para mi sería una liberación, trabajar no me importaba pues lo mío no era vaguería, solo que mi cabeza no era pensante, prefería que me fuesen mandando, es decir tener a alguien por encima de mi que pensase y dirigiese mi trabajo.
          Comencé como chico de los recados, en una confitería. Era un buen trabajo, solo consistía en llevar paquetes de casa en casa y además del pequeño sueldo me daban propinas las cuales guardaba sin que mi madre lo supiese y así tenía para algún capricho sin tener que pedirle nada a ella.
          Ya con veinte años y por una recomendación me colocaron de conserje en un banco, ganaba un poco más y el trabajo era más cómodo. Consistía en estar sentado detrás de un mostrador indicando a los clientes que preguntaban a donde tenían que dirigirse. La verdad es que no me cansaba mucho.
          Estuve bastante tiempo en aquel banco y de allí me fui al congreso de los diputados. Yo tenía bastante experiencia en lo que era un duro trabajo en el banco por lo que allí me encontraba como en casa. Me pusieron al servicio de los diputados para cambiarles el vaso del agua cuando están en el estrado de oradores. Me gustaba ese trabajo, me podía mover a mis anchas por aquellos pasillos alfombrados y elegantes sin que nadie me dijese nada de nada. Solo tenía que estar atento al vaso de cada diputado, si estaba lleno o vacío o de cambiarlo cuando otro diputado subía al estrado no fuese que se tomasen las babas del anterior. Si se le pegaba alguna pillería del precedente podía ser un desastre, ya cada uno sabía bastante y hacían sus propias tropelías no necesitaban aprender de otros.
          Entonces fui aguzando mis entendederas y me metí en un pequeño partido político para aprender lo que era la política. Realmente lo aprendí bastante pronto, me gustaba aquello. Solo tenías que acudir a las sesiones del congreso y el sueldo no se ni las veces que se aumentó del que tenía como ujier. Aquello era maravilloso, vestía de traje elegante, además del sueldo me pagaban algunas dietas y hasta me pusieron un coche oficial con chofer. ¿Quién me lo iba a decir? Yo el burro del colegio y me estaba a poquitos poniendo muy por encima de todos mis compañeros.
          Aquel partido se convirtió en uno de los principales, cosas de la política. Por ello yo también me iba situando a la cabeza del partido. Realmente seguía sin saber hacer nada, pero ya por entonces las matemáticas comenzaron a darse mejor en mi cabeza y rápido aprendí que de un presupuesto de 100.000€ 30.000€ debían ir a parar a mi bolsillo. Era feliz nadie se enteraba y por el contrario mi cuenta corriente iba aumentando considerablemente.
          Me construí un buen chalé, me casé y a los hijos que tuve los pude dar una buena educación en el extranjero. Pasé así muchos años y cuando llegó la hora de mi jubilación, siendo todavía joven, me retiré con una pensión abultada de por vida. Había trabajado demasiado a lo largo de mi trayectoria y debía ahora descansar y disfrutar de lo ganado tan honradamente. Ya me había procurado también de montar unos buenos negocios amparados en mi puesto, los cuales al estar ya retirado también podrían seguir dándome buenos beneficios.
          Realmente fui un gran político, como todos. Siempre arrimé el ascua a mi sardina y nunca se me quemó. He servido de ejemplo para muchos otros y hay que reconocer que para un puesto tan elevado e importante no es necesario tener grandes carreras ni haberse dejado los sesos estudiando día y noche. El resultado puede ser el mismo. Solo hay que ser espabilado.

                    PILAR MORENO 30 noviembre 2017