En la montaña palentina,
cerca ya de los picos de Europa, diversos pueblos con pequeña población
sembraban heno para una vez segado; recogerlo y guardarlo en los pajares; de
ese modo tenían alimento para sus animales, principalmente vacas, durante todo
el invierno.
Es
una ardua tarea, trabajaban con mucho empeño cada familia en sus campos; una
vez segado, no podían permitirse que, estando ya seco, una tormenta, lo mojase
y lo echase a perder; húmedo sería imposible guardarlo.
Mucho
era el valor que tenía ese heno para los pobladores de esos pequeños pueblos,
era lo que tenían para dar de comer a sus animales en los rudos inviernos que
por esas tierras se daban.
Marcelo,
trabajaba de sol a sol, para cuanto antes recoger todo lo segado y guardarlo en
su pajar. Lo tenía lleno a rebosar, lo miraba y para el era como mirar un gran
cargamento de oro, se sentía orgulloso de lo que aquel año había recolectado.
Había sido un buen año y no había tenido apenas desperdicio. Sus animales lo
agradecerían; y si por lo que fuese no los pudiesen desestabular durante un
tiempo, estaba seguro de que hambre no iban a pasar.
Carmenchu,
la hija de un campesino de un pueblo cercano andaba enamorada de Marcelo desde
hacía tiempo y éste por temor al padre de la niña no se atrevía a cortejarla;
era bastante más joven que él y sabía de sobra que la relación no sería bien
vista por el tío Carrasca que es como llamaban al padre de Carmenchu. Pero esta
no dejaba de perseguirlo, se había convertido para ella en una obsesión; debía
hacerla caso a toda costa, no importaba de la manera que fuese, pero ella
quería conseguirle a cualquier precio.
Marcelo
se encontraba un día, subido en el pajar colocando mejor el heno pues todavía
le quedaban algunos carros por meter y cuanto mejor colocado estuviese más
cantidad entraría, sino debería guardar el resto en un almacén que tenía junto
a la cuadra y aunque allí guardaba siempre lo primero que gastaría; a pie de
calle no le gustaba tener demasiado almacenado, el entrar y salir de allí
estando todo lleno, era incómodo ya que era también el cuarto en donde se
guardaban los aperos. De pronto a su espalda vio una sombra, no se asustó pues
era hombre bragado, pero, si se extrañó de que allí arriba hubiese alguien sin
él haberse dado cuenta. Cuando se volvió con la horca en la mano, quedó
sorprendido al ver a la Carmenchu a sus espaldas, tumbada en un rincón del
pajar, completamente desnuda y haciéndole gestos con la mano de que se acercase
a ella.
Marcelo
que macho si que era, fue hacia donde ella se encontraba y le espetó sin más
“que haces aquí so puta” ¿no sabes como arruinarme la vida? Entonces la
Carmenchu le dijo:
Si
fueras un hombre de verdad, no pondrías reparos y me montarías como hace mi
toro con tus vacas.
No
me tientes, no me tientes, que hombre soy pa ti y pa más pero no quiero
problemas. Andas tras de mí como perra en celo y esto pue traer problemas.
¿acaso
es que no te gusto?
No
es eso; gustarme si que me gustas, pero soy bastante mayor que tú y que se
diría por el pueblo, que había abusado de una mozuela.
A
mi eso no me importa, lo que yo quiero es estar contigo y que seas mi hombre pa
siempre.
Marcelo,
iba cada vez arrimándose un poco más hacia ella y como es natural, como buen
hombre, se le iban subiendo no solo los colores, hasta que de pronto sin poder
reprimirse más, se tiró encima de la chica y comenzó a besarla con todo ardor.
Realmente si que le gustaba y fue por ello por lo que comenzó a soltar todos
sus impulsos masculinos y como ella le había pedido, la montó varias veces,
como el toro le hacía a la vaca.
Una
vez que habían probado, decidieron verse en el mismo lugar casi todas las
noches, ella aprovecharía a que el padre estuviese dormido, para salir
corriendo en busca de Marcelo. Pasado un tiempo y con el frío, decidieron que
sería el Marcelo el que acudiría a su pajar para que ella no tuviese que andar
el camino. Ella lo apañó bien, buscó el rincón donde desde la casa no se les
pudiese ver ni oír, colocó una manta sobre la que se tumbaban y con el calor
que desprendía el heno y el que ellos tenían dentro de su cuerpo, pasaban las
noches bien abrazados.
Un
día al amanecer, llegó el tío Carrasca a la puerta de Marcelo; buenos días,
saludó este con educación ¿Qué se le ofrece? y el visitante, sin decir palabra,
le pegó una bofetada en toda la cara a mano abierta que lo hizo tambalear. Esto
es solo el principio:
¿pero que le ocurre?
¿Acaso crees que no sé qué
te estás tirando a mi hija?
¿me tomas por imbécil?
No por supuesto que no,
pero fue ella quien me persiguió, yo no quería por respeto a usted y a la
diferencia de edad, pero una vez que la he ido conociendo, me he enamorado de
ella.
Pues has de saber que la
has dejao preñá.
Si es así y uste no pone
reparos, yo me hago cargo de la situación y contraeré matrimonio con ella si
eso es lo que a uste le parece bien.
Claro que me parece bien y
te advierto, si no lo haces y no cumples y te portas como un hombre con ella;
te juro que te corto los cataplines y después te prendo fuego en tu pajar, que
con lo lleno que está bien arderás.
Esta es una de tantas
historias que hace tiempo en los pueblos solían suceder, ya que las diferencias
de estatus sociales entre los paisanos, no admitía que los hijos de los ricos
se juntasen con los de los pobres y debido a ello, sucedían muchas cosas como
esta.
PILAR
MORENO 13 noviembre 2018