viernes, 19 de enero de 2018

LA ESCUELA DE DOÑA REMEDIOS



          Doña Remedios era la maestra de escuela de aquel precioso pueblo. Era un pueblo pequeño por lo que solamente había una escuela y una maestra la cual impartía sus clases a todos los niños del lugar. Los tenía separados en grupos los pupitres según las edades que estos contasen. No por ello aprendían menos que en otros colegios. Era una buna maestra y con muchos años de experiencia y sabía perfectamente cuales eran las asignaturas y necesidades de cada grupo. Además, si había algún muchacho o muchacha que no fuese capaz de seguir el ritmo de la clase, le dedicaba fuera de horas el tiempo pertinente para que no se quedase más atrasado que los demás del grupo.
          Todo el mundo la quería, como era un pueblo muy pobre, pagarle más de lo que el ayuntamiento tenía establecido no era posible y realmente era un salario mísero. Lo único que hacían era según sus posibilidades, llevarle unos huevos, un pan, unas verduras de sus huertos, patatas. La mujer tampoco gastaba en exceso ya que era ella sola, soltera y según les decía a las madres de sus alumnos no había conocido varón.
          Maruja o Marujita como todos la llamaban, era de las alumnas mayores y también muy espabilada. Un día su madre le envió a casa de la maestra a llevarle unos tomates recién recogidos del huerto, esta se dirigió a casa de doña Remedios con rapidez pues quería ir con sus amigas a jugar al rio. Cuando llegó tocó a la puerta y sin esperar contestación se coló pasillo adelante y al llegar a la cocina, encontró a Doña Remedios, sentada sobre las rodillas de un hombre. Un gran susto se llevaron y cuando volvieron la cabeza para ver quien les había sorprendido, Maruja se dio cuenta de que el hombre sobre el que estaba sentada doña Remedios, era nada más y nada menos que el párroco que tenía la sotana bien remangada. No pudo ver nadas más pues tiró los tomates sobre la mesa y salió corriendo antes de que la pudiesen retener.
          El párroco no era corriente verlo por el pueblo puesto que llevaba las iglesias de varios pueblos al mismo tiempo ya que eran todos de muy pequeña cuantía de habitantes. Todos decían que D. Roberto era un Santo, no tenía tiempo para nada y si mucho trabajo pues había de desplazarse en bicicleta de pueblo en pueblo y no solo dar la Santa misa, también debía dar consuelo a los enfermos, celebrar bodas, bautizos, comuniones y no olvidemos celebrar los funerales de los paisanos que fallecían y había días que tenía que celebrar dos o tres pues la población era de muy avanzada edad.
          Cuando Maruja salió de aquella casa como alma que lleva el diablo, corrió a su casa a contárselo a su madre. Esta asombrada, le dijo que no habría visto bien, como iba a ser aquella barbaridad, estarían calentándose al amor de la lumbre, pero Maruja, sabía bien lo que había visto. Salió de su casa y marchó corriendo a juntarse con sus amigas a la orilla del rio. Aunque era cierto que las lumbres bajas estaban encendidas, puesto que era la única manera de guisar sobre unas trébedes, calentarse en aquel tiempo no era posible pues frio no hacía ninguno.
          Al llegar junto a sus amigas, claro está que no fue capaz de guardar el secreto. Se lo contó con todo lujo de detalles y en muy poco espacio de tiempo todo el pueblo sabía de las andanzas de doña Remedios con don Roberto. Nadie la dijo nada, simplemente cuando hablaban con ella se miraban unas a otras y había sonrisas. Ella tampoco hizo ningún comentario.
          Un día hablando con las vecinas una de ellas le dijo, Doña Remedios parece que está usted más gordita, entonces ella echándose a llorar, les contó una milonga que naturalmente ninguna se creyó. Había ido a visitarla un tío suyo al que hacía mucho que no veía. En sus tiempos jóvenes, habían estado enamorados y sin saber cómo, habían tenido un momento de recuerdos y un desliz de cama, ella nunca había tenido relaciones por lo que nunca pensó que de una sola vez podría haber quedado embarazada.
          Cuando dio a luz, Don Roberto muy solicito se comprometió a ayudarla en todo lo que pudiese, claro está que en ningún momento se pronunció como padre de la criatura. Es por eso que, en el pueblo al niño, siempre se le conoció como el sobrino del cura.

                              PILAR MORENO   27 diciembre 2017


No hay comentarios:

Publicar un comentario