viernes, 16 de febrero de 2018

Y DE REPENTE UN CUENTO ESTEMPORANEO



      Aquel comedor estaba preparado con todo esmero, solo se utilizaba en fiestas familiares de gran importancia o en las grandes reuniones familiares cuando todos celebraban la Navidad.
          En esa ocasión el chalet al completo relucía y estaba dispuesto para acoger a la anciana tía Ágata que volvía del exilio y a la que no conocía la mayor parte de la familia. Era la tía de Felix, hermana menor de su padre, soltera, y que había permanecido por América del Sur, Argentina, Chile, Uruguay, etc. Al terminar la segunda guerra mundial, esta había huido hacia esas tierras ya que había servido como enfermera en Alemania y había soportado todos los horrores que durante esa contienda se habían practicado a los judíos. Ella tuvo mucho miedo y en lugar de volver al hogar de su familia en España, había tomado la decisión de escapar a América.
          A su llegada fue recibida con gran cariño por Felix y su esposa Anita, quien a la vez ya mayores presentaron a sus hijos Fernando y Natalia los cuales tenían también a los suyos propios, José, Mateo, Andrea y Luis, así como sus respectivos cónyuges, así como a los diez biznietos que por allí correteaban, haciendo las delicias de aquella gran familia.
          Como ya he dicho tía Ágata era soltera y sus hermanos ya habían fallecido, lo que quiere decirse que solo le quedaba esta familia en el mundo. Todos sabían que al no tener a nadie más que a ellos, si algún bien o propiedad existía en su haber, decididamente sería para repartir entre ellos. Realmente la acogieron con mucho cariño y como ya era bastante anciana y la casa era grande, la ofrecieron quedarse a vivir con ellos, invitación que la buena señora declinó al instante. Siempre había vivido sola y hecho lo que le había venido en gana y ahora en el umbral de su muerte nadie la iba a gobernar por muy familia que fuesen y buena voluntad que tuviesen.
Una vez que le habían acoplado el equipaje en lo que sería su habitación como invitada y se había aseado para la cena, bajó al comedor con porte de gran señora que realmente tenía. Poco sabían de lo que había hecho en su vida por esos mundos de Dios, pero la apariencia era de haber llevado una buena vida y estar acostumbrada a que la sirviesen, sabía muy bien comportarse tanto con los familiares tanto como con el servicio.
          La sirvienta, al toque de la campanilla de la señora, comenzó a servir la cena. Era una cena esplendida de gran celebración, regada con buenos caldos y rematada con los mejores postres que la cocinera había sabido preparar.
          En lo que esperaban el café y los licores, los niños le pidieron a tía Ágata que les contase alguna historia de los sitios por donde había vivido y anécdotas y vivencias que para ellos sería divertido.
          Bien les dijo con mucho agrado os contaré cosas que he vivido en la realidad y algunas de las que me han hecho ir huyendo de un país a otro:
          -En Alemania, cuando partí de España para ir a ayudar a las tropas en guerra, tuve que ver muchos asesinatos, sobre todo de los pobres judíos. Vi como los metían en aquellas horribles cámaras de gas y los asfixiaban. -
          -También pude ver como si alguno intentaba escapar, lo degollaban sin ningún escrúpulo en plena calle a la luz del día. –
          - Pude también observar como les arrancaban las uñas para que hablasen. –
          Entonces Felix, muy moderado como el era y con gran educación, se dirigió a tía Ágata y le solicitó que silenciase ya esa cantidad de atrocidades que estaba contando. Los niños habían solicitado cosas graciosas, cuentos y anécdotas de una vida llena de recuerdos y vivencias, pero el cariz que estaban tomando aquellos detalles que ella estaba dando, lo único que estaba consiguiendo con ello era aterrorizarles. Aquello había pasado hacía muchísimos años y ya lo entenderían cuando tuviesen edad para ello, pero en ese momento solo era un cuento extemporáneo.

                                        PILAR MORENO  16 febrero 2018







         



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